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Cuando tenía como 26 semanas de embarazo con mi segundo hijo, me diagnosticaron con Diabetes Gestacional. Como mis resultados estaban apenas por encima de donde deberían haber estado, al principio entré en una etapa de negación: es un error de laboratorio, ¡cómo voy a tener Diabetes Gestacional! Pensé que me iban a hacer otro estudio y se iban a dar cuenta de la equivocación. Una semana más tarde, tuve una cita con la nutrióloga en el hospital – junto con otras 5 o 6 mamás en las mismas. Ahí fue cuando la realidad de mi condición me asaltó con toda su intensidad: no podía comer NADA de azúcar de ninguna índole, nada de harinas blancas, debía seguir a pie juntillas una dieta bizantina balanceando carbohidratos complejos, carbohidratos simples, grasas y proteínas *6*veces al día (comiendo cada 3 horas), debía llevar un diario detallado de todo lo que comía con cantidades, ¡¡y picotearme los dedos 4 veces al día para medir la glucosa en mi sangre!! ¿¿Picarme los dedos?? ¡Soy escritora! ¡No puedo ir por ahí lastimando mis lindos deditos! Era una pesadilla, y lo único que quería hacer era despertar. ¿Cuáles eran los riesgos de no seguir estas recomendaciones (¿no les encanta que las llaman “recomendaciones”?): macrosomia infantil (en español, Bebé Gigante), aumento de riesgo de cesárea, muerte fetal, hipoglicemia para el bebé, aumento de riesgo para desarrollar diabetes en el futuro para madre y niño, etc, etc, etc… La verdad es que quería esconderme abajo de una roca.
Así que comencé la dichosa dieta – y usando el medidor de glucosa descubrí que no solo era cierto que tenía Diabetes Gestacional, sino que también habían montones de cosas en las listas que me habían dado de la dieta que me subían el azúcar: TODO lo que tuviera trigo, tanto pan como pasta, camotes, jitomates… y varias cosas más. Y como generalmente cocino comida italiana en la casa, ya se pueden imaginar. La selección de lo que podía comer empezó a disminuir cada vez más y más. Y el menú sugerido por la nutrióloga no podía ser más alejado al tipo de comida al que estaba acostumbrada antes de la Diabetes Gestacional. Tres cosas sucedieron de manera simultánea: me constipé horriblemente, perdí peso y caí en la depresión. Lo primero que intenté hacer para salir del hoyo fue organizar y diseñar mi propio plan de comidas, usando la tabla de alimentos que me habían dado en el hospital. Eso medio-funcionó, pero seguía bastante frustrada sintiendo que mis posibilidades eran muy estrechas. También, el intentar combinar los distintos grupos alimenticios para poder hacer comidas que fueran tanto saludables, balanceadas y ricas para toda la familia, no era una tarea nada fácil. Cada vez que veía a la nutrióloga me decía: “Ya encontraste combinaciones que te sirven, ¡quédate con esas!” ¿Y se suponía que toda mi familia iba a comer las mismas cosas durante más de 10 semanas? — estaba lívida y también profundamente desesperada.
Leí todo lo que puede encontrar sobre la Diabetes Gestacional… y encontré que la información provista por la página de red del gobierno de California (Sweet Success), el American College of Obstetrics and Ginecology y Kaiser Permanente, difería substancialmente. También hablé con un par de doctores que conocía (una endocrinóloga infantil y un primo médico geriatra), y conseguí toda la información que pude obtener sobre mi condición. La verdad es que nadie se puede poner de acuerdo para establecer recomendaciones consistentes para la Diabetes Gestacional. Estaba muy enojada. No estoy segura contra quién o qué, pero estaba muy enojada. ¿Por qué me estaba pasando esto? ¿Por qué estaba haciendo esto mi cuerpo? Pero más que nada, tenía mucho miedo. Mi esposo y mi hija trataron de ser lo más solidarios y comprensivos conmigo, pero yo no se las estaba haciendo fácil. Simplemente no puedo no estar en control de las cosas.
En algún momento estuve a punto de reventar. La constipación no estaba mejorando, y no podía comer casi nada con fibra que acostumbraba antes… además estaba comiendo queso como si fuera a pasar de moda – traten de añadir proteína a cada una de sus comidas, 6 veces al día; a menos que te quedes en casa todo el día, las opciones son limitadas (embarazo significa no carnes frías, así que lo único que queda es queso). Finalmente cambié de nutrióloga y conocí a una mujer llamada Angela – y en realidad fue un angelito enviado justo para mi. Juntas encontramos varias sugerencias para menús con un corte más internacional, así como snacks y demás. Terminamos descubriendo formas de ajustar mi plan de comidas a mis necesidades. Hacia el final de mi embarazo la trabajadora social que asistía a nuestras citas semanales sugirió que hiciéramos un recetario de Diabetes Gestacional. Yo estaba puestísima, pero no pasó nada.
Y entonces, mi hermosísimo bebé nació. Un niño saludable, maravilloso, tranquilo y súper sonriente, con un peso y tamaño perfectamente normal. Nació por parto natural dos días antes de una inducción planeada, ya que los doctores no querían que llegara el embarazo a término (por la Diabetes Gestacional). La diabetes se acabó en el momento que salió la placenta. Sin embargo, terminé aprendiendo un montón sobre nutrición, y también que la creatividad te puede ayudar a salir de cualquier lugar tenebroso. Ahora que tengo a mi pequeño, cada vez que sonríe recuerdo esos días de angustia y me doy cuenta que todo aquello por lo que pasé valió la pena.
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